Oro ciego by Alejandro Hernández

Oro ciego by Alejandro Hernández

autor:Alejandro Hernández
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2013-05-19T22:00:00+00:00


El turno de hablar de su padre y aclarar quién coño es Emilio Moreno Azcuy, y cómo terminaron empujando a un coronel mambí al fondo de una furnia.

Ésta es la historia:

Emilio nació en Quemado de Güines, Las Villas. Sexto hijo del isleño Limbano Moreno y la cienfueguera Lucrecia Azcuy. Emilio Moreno veinte años antes. En la finca familiar, rodeado de gente trabajadora que posee una caballería de tierra al borde del mar. Cultivadores de cebolla y ajos, y tomates y calabazas. Dueños de seis caballos y cuatro vacas, un batallón de gallinas y carneros. Gente tranquila, en planes de expansión hacia la buena vida. Los hijos mayores casados con mujeres paridoras. Emilio ennoviado con un bomboncito de dieciséis años que viene de Pinar a visitar parientes, y visita la finca de los Moreno y conoce a Emilio montado sobre un caballo de mucho porte, y le gusta, se gustan, se visitan. Se piden manos. Un cura retozón los casa a finales de septiembre en la iglesia de Quemados. Es el año del Señor de 1877. Emilio elige un trozo de tierra donde edificar su casa de campesino con familia. Y mientras hace las mediciones con su hermano Belonio, allá a la casa grande llega un pelotón mambí al mando del capitán Bermejo. Alto, fuertote y machote, con cara de gallego y mal carácter. Pregunta por Emilio.

-No está - dice la madre.

-¿Y dónde está?

-No lo sé.

La madre se aguanta los nervios porque no le hace gracia ver mambises por allí, en nueve años de guerra su familia ha conseguido mantenerse al margen de todos los ejércitos. Simplemente son gente trabajadora que quiere progresar. Por eso Lucrecia mira preocupada a los soldados descamisados que se tiran en el portal o rebuscan sin permiso en los calderos de la cocina, aunque eso lo entiende, y les ofrece harina y tres gallinas muertas. El capitán Bermejo quiere más.

-Nos estamos dejando el alma por este país - dice-, y aquí hay que joderse parejo.

-Coja lo que quiera, ésta es una casa de cubanos - dice Lucrecia.

Y diciéndolo llega el padre Limbano con fango hasta las orejas. Conoce a Bermejo desde que era un crío y mataperreaba por los potreros del otro lado del pueblo. Se respetan, y con respeto Limbano se hace el de la vista gorda por la comida que se llevan, es isleño y entiende el hambre, pero no la chulería del crío convertido en capitán que pasea sus botas enfangadas por el salón mientras él, padre del clan, se quita las suyas.

-¿Pasa algo, Bermejo?

-Pasan cosas, Limbano.

-Pues dígalas.

Y Bermejo mira a Lucrecia, que entiende y se va a la cocina a limpiar la cagazón de los soldados, que también entienden y salen en fila india de vuelta a los caballos. Los jefes quedan solos.

-Yo a usted lo respeto, Limbano, pero su hijo es un cabrón.

-¿Cuál de ellos?

El tifus mató a dos en plena pubertad, quedan cuatro.

-Emilio.

El menor. Lo de cabrón se lo esperaba de Fermín y de Modesto, los mayores, los malas cabezas de siempre.



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